lunes, 27 de marzo de 2017

Escritores sin pluma, cocineros sin gorro.

Hay una frase que decía que dentro del caos estaba el orden.
Momentos para decidir siempre hay, acertados o no eso solo el tiempo lo dirá, supongo es como una apuesta a la ruleta, ¡rojo, impar y falta!, muchos puede entiendan, otros quedarán desorientados, que más da, ¡un cubata y otro giro!.
Es fácil hoy en día subirse a un carro donde hace unos años nadie quería ver ni siquiera pasar de lejos, había otros temas de interés, una apuesta segura y no un tirar de dados, mientras empresarios abrían restaurantes y en ellos un entretenedor de fogones con la ilusión de un niño haciendo la mise en place la noche de inauguración, el jefe de sala repasando la última copa, el equipo alineado esperando con ansía ese debut soñado, una mano con cuatro ases, gran época esa, cada uno en su lugar y los que opinaban tenían motivo y análisis para ello, pero llegó el día, entró en juego la tele, sus realitys, una maquina tragaperras con luces de neón que siempre tiraba monedas al sonido de tilín tilín, que desastre, ¡falto la reina para hacer una escalera!.
Cuales ratas detrás del flautista de Hamelín haciendo sonar su flauta corrían muchos que en la mesa de dados apostaban al rojo. Si no me volví loco, ya venia así de casa, ese pensamiento es el adecuado, muchos hablan de cocina pocos entienden los términos, napar, confitar, reducir o albardar, ¡ otro cubata y gira la ruleta!.
Tristemente aunque muchos que se han subido a ese barco me tildén  de hereje, les recuerdo que el Titanic se hundió, tarde o temprano las luces de neón se apagarán y ellos volverán a la mesa de poker  con muchas fichas y los 8 marcados y mientras, ese entretenedor de fogones volverá a atarse el mandil y dirigir desde su cueva el servicio, el jefe de sala con la corbata bien anudada recibirá al cliente con una sonrisa y un acompañeme, por favor, mientras los escribe palabras se olvidarán de su portátil y el resto que iba atrás del flautista solo podrán decir aposté al trece.
Cuanto sueños rotos que decía Sabina, viendo pasar el último tren al barrio de la alegria sentado en mi escalera silbando una triste melodía.
Si han llegado hasta aquí que valor tienen, pueden ir en paz ¡Larga vida a la vieja escuela!.

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